12.31.2014

Él no es M.

Es puntualmente perfecto, con carácter retroactivo cuando quiere y dos ojos que miran más que ven, cuando se va.
Distante a distancia, cercano cuando todo está lejos. Amable por naturaleza fiel, y amante de los animales salvajes en todas las camas, también en la mía.
Consecuente sin coherencia, concurrente a mis formas. Displicente en mi soberbia, cordal sin juicio.
Es la manzana permitida de la que Eva acabó cansándose. El gigante escondido en el molino de viento. La canción favorita de Irene. La naranja de Umbral. El cuarto traste de Boza.

La tormenta que desata toda la calma.

Él, que contradice mis silencios y hace la contra a lo que se dice, que cree en el tacto ilógico de las formas por deformación profética de los recuerdos y acapara el vacío en sus manos mientras los cientos vuelan al tiempo por el aire que le falta.
La letra que da comienzo a un nombre y define mis estados de ruinas, de ánimo en pena, vagabundo por mi mundo interior, que es un niño malcriado.
Que reconoce mis errores como si los hubiera cometido y los maneja a mi gusto por una carretera solitario.
Él, que trae con cuidados la distracción de las bestias y les da de comer de mi puño y su letra cuando le toco el pelo. Que agarra mi mano con la fuerza con la que hace sombra.
Que se interpreta a sí mismo en todos los espacios fuera de campo y a mí en el marco, que reproduce su voz en todas las paredes y hace la reverencia con el público de espaldas.
Que se sabe todos mis puntos de carrerilla y los recita con la calma que es tormenta. Que sabe a lluvia. Que huele a pisada mojada.
Él, que todo eso, sino yo.
Él, que no él sino M.