11.25.2014

Suelo

Se tumba en el suelo como si necesitara algo firme en lo que creer, mira a su alrededor y usa el paquete de tabaco como marcapáginas de todos mis poemas y el mundo. Desmenuza un regaliz con sus manos y lo deja encima de la mesa, “No me apetece regaliz”: Lo blanco queda separado de lo rojo. Lo blanco, lo blando, está intacto, lo rojo no., lo rojo está hecho trizas.
Ojalá todo el daño que te has hecho fuera en vano, mira la oquedad de mi labio.
Qué lacónico es el dolor.
Ojalá no necesitara que nadie me hiciera el daño que él no se atreve a hacerse.

Suena Tom Odell y todo queda en silencio.
Quién te ha dicho que el dolor es lacónico, el dolor es una consecuencia y poco más.
Quién cree en las consecuencias, dice él.

Se incorpora y me mira sentado en sus creencias, apoyado en una pared. Deberíamos bailar.
“Nadie baila como yo mi canción favorita”, dice la poetisa.
Pero ni tú eres mi canción favorita ni todo este ruido habla de ti.
Déjate llevar, que te voy a tirar por la puerta cerrada.
Ventanas.
Qué luz entra por las ventanas cuando todas las puertas están abiertas de par en par y queremos volar.

Una vez tuviste razón pero te la quité toda, dice. Siempre la tengo escondida por si me quieres de verdad. Ojalá el amor entre nosotros fuera la única razón que nos han quitado. 
Quién te va a quitar la razón a ti, si no sabes amar, dice.
Si yo te contara, hacia atrás.
El orden de los factores nos altera, el resultado.
Quién cree en la eternidad viéndote bailar, dice, quién cree en lo infinito viéndome sangrar.
Quién cree en nada, que no sea el suelo.

Tírate a él, que va a bombardear de un momento a todos los que no estás.
Se tumba. Sé tumba.
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Me mira como se mira a una lápida sin nombre y sonríe como el que sabe que no estará en su. Le miro como se mira a unas flores en el campo y le sonrío como el que sabe que le están cavando la suya y van a acabar ahí.

Tiene la espalda que mejor define el precipicio de sus hombros, la curva de todos sus músculos y su final. Unas manos que sostienen dos mares donde duele más no ahogarse. Y una boca que guillotina.

El don de la palabra callada. El susurro de todos los silencios rajados.

En esas piernas me dormí yo y acabé rodeado de fieras, sus monstruos, que no se esconden bajo la cama sino que la habitan y levantan cuando él apaga todas mis luces y amanece en el fondo de un pozo, perdido, qué me vas a cortar.

Nos hacemos mejor los muertos que el amor, 
pero dos muertos pesan más que todos los enamorados.

Dice conocerme como si el Credo. Me reza hasta la saciedad de su boca en mi polla y llora la ausencia futura como si el destino estuviera escrito en mi almohada. Fuma para creerse humo y me toca como si yo fuera el mechero.

No hay destrucción más bonita que la de una golondrina cerrando las alas recién comenzado el vuelo.
No sabes la falta que me haces, pero tiene forma de bala.
- Por ahí entra todo el frío que me quedas. -

Nos pasamos la vida perdonando lo que no sabemos, dice. Nos pasamos la vida o se pasa ella, la muy puta.

Estoy practicando, puedo tirarme horas mirando el techo sin creer en nadie. Estar en un ataúd tiene que ser parecido.

Me mira como el que mira una lápida que no tiene nombre, pero sí una inscripción en el costado: 
“Volátil”, 
que me voy a soltar
al suelo.
Sé tumba.