Las nubes asfixian mi sol. Mi voz se pierde en el vacío de la multitud, sosegada y apaciguada por la rutinaria sociedad. Las ganas vitales descansan en la apatía mientras el criticismo está encarcelado a la monserga filosófica televisada. El vapor de lo especulable se acumula e impide indecente la marcha del nubarrón que no me deja ver los rayos solares. La vida se quema a mi lado inapelable y el humo arruga mi ropa. El tiempo ha pasado por mi lado tan voraz que no ha dejado mucho más que responsabilidades y recuerdos abusivos de las noches a solas. Duermo despierto, despierto dormido y parece que el mundo gira tan atroz que pensando he perdido el norte. ¿Quién soy?, ¿Qué he hecho?, ¿Por qué? Intento correr hacia el principio, corro incesante pero hay tres transparentes paredes impenetrables que tan solo me dejan avanzar al abismo oscuro del final, dejándome ver tan solo a los lados al resto de personas desconocidas yendo al mismo punto. Me giro resignado, y ando hacia delante, aunque no quiera. Y es que no querer es la ley natural que define al hombre.