Átame, deja que las cuerdas se tatúen en mis muñecas, destrózalas, písales la cabeza. Que sangren. Deja que esa sangre me ciegue los ojos, que empape la frente y entre de lleno en mis pupilas, inyectadas en miedo.
Déjame ciego.
Bésame lentamente, un segundo antes de haberme mordido la boca, desgárrala. Que entre toda tu pena, que me ahogue en ella y me dejes mudo.
Aduéñate de mi cuerpo, súbete a él, písalo, písalo tan fuerte que sientas la carne revistiendo tus pies, y anda, anda todo lo lejos que puedas.
Grítame, joder, grítame. Hazlo mientras me arrancas el pelo, al oído, tan bajito que me piten los años.
Levanta mi piel con tu lengua. No olvides ni un poro por saborear. Deja que tu saliva se seque, que mi piel la adsorba, y la vuelva a sudar.
Escurre en la pena todas tus frustraciones. Y llora. Llora desconsolado en mi cara, en mi boca. Hazme lamentar haber nacido mortal.
Tápame.
Deja mi cuerpo donde te lo habías encontrado,
En la vida.
Y remátame con un beso en la frente, mientras lloro con tu cuerpo andando a la resurrección, con agua caliente.
Vístete de persona.
Y desátame, en el momento injusto en el que te marchas.
Solo di “Adiós”.