Había millones de razones por las que prefería estar en su habitación aislado del resto del mundo, todas relacionadas con él., pasaba las horas imaginando situaciones absurdas que nunca llegarían más allá de unas cuantas palabras llenas de esperanza en una libreta casi acabada, o escuchando su voz una y otra vez mientras el techo y él intercambiaban sonrisas cómplices, o simplemente, cerrando los ojos llamando su mirada, aquella mirada que le descubrió todo una noche de verano.
Esperaba impaciente el primer mensaje de una conversación que caminaría por la madrugada, y aún le dejaría sonriente al despertar. Qué tontería, pensaba, lo era. Pero de las mayores tonterías han surgido las mejores historias. Y al final, cada noche, se acostaba y no sabía lo que en sus palabras había, se sentía confuso por no saber nada. Y esa confusión acabó llevándolo a la desgana, tierra inhóspita de la que nunca volvió a salir.