M. es el niño grande que mira desde el suelo hacia el suelo y siente vértigo, y poco más. El que prefiere estar castigado de cara a la pared para no ver la espada. La dirección que lleva la contraria en todas las situaciones, a la que acudo cuando todo está mal, la casa donde aprendí a nadar bajo tierra.
El miedo irracional que siento por la mantis religiosa, es, lo involuntario de todo lo primario, lo último.
El estado que recibe todos los golpes por dejar de creer en la suerte. La abeja en el pajal. La aguja en el costado. Las costillas rotas, escamas, víboras, Medusa. El pez en la pecera. La pecera en el fondo mirando la inmensidad del mar.
M. es la flecha en el talón de Aquiles. La ruleta de Ivánovich.
La última calada, del último cigarro que me propuse fumar.
M. es la única ventana abierta cuando suena la llave en la cerradura.
M. pero el mundo.
M. no es una letra.